Memoria

Monseñor Romero: un mártir de la lucha social

La actuación de Monseñor Romero constituye un hito importantísimo para la historia Latinoamericana, desde el punto de vista social y religioso. Para entenderlo en toda su magnitud, entiendo necesario hacer una breve reseña sobre el panorama socio-político en el momento de su actuación, desde el enfoque social pastoral, y su asesinato como consecuencia de ello.

Durante la década de los 70 el país era escenario de un conflicto social que puede calificarse de catastrófico. La eliminación de las libertades civiles y la instauración de un régimen de explotación de los campesinos y trabajadores por parte de gobiernos autoritarios, más la gran brecha entre ricos y pobres (el 10% de la población disfrutaba el 80% de las riquezas del país) fue el caldo de cultivo para que se desarrolle el conflicto social que se canalizó por la vía de la violencia armada. Se instauró así el terrorismo de estado, como en toda Latinoamérica en esa década.

Este conflicto se dio en el marco de la guerra fría que enfrentaba a los EEUU y a ex Unión Soviética, con sus respectivos aliados.

Desde el gobierno de El Salvador, que contó con el apoyo incondicional de los EEUU, se crearon Escuadrones de la Muerte y fuerzas paramilitares que asesinaban a trabajadores, campesinos y estudiantes. Por el lado de la reacción popular, se fundó el Frente Farabundo Marti para la Liberación Nacional que contó con el apoyo de Cuba y la ex Unión Soviética, quienes le proporcionaban armas y demás elementos para la lucha armada. El enfrentamiento duró 12 años, desde 1980 a 1992 en que se firmó un acuerdo de Paz.

Posteriormente, la Comisión de la Verdad para El Salvador analizó 32 casos paradigmáticos de la violencia extrema de esa época, entre ellos, el asesinato del arzobispo de San Salvador, Óscar Arnulfo Romero, ocurrido el 24 de marzo de 1980, atribuido a la acción de los Escuadrones de la Muerte además de la matanza de campesinos conocida como Masacre del Mozote, los homicidios de seis sacerdotes jesuitas, el 16 de noviembre de 1989, atribuidos a la acción de unidades de las Fuerzas Armadas y las ejecuciones extrajudiciales de alcaldes y miembros del gobierno efectuados por las milicias del FMLN.

Como podemos observar, el ministerio de Monseñor Romero se desarrolló en medio de un conflicto social de extrema violencia donde para combatirla se había instaurado el terrorismo de estado con las consiguientes violaciones de los derechos humanos, tal como ocurría en toda Latinoamérica, que dio por resultado la muerte de numerosos líderes de ambos bandos, con la singularidad de que las víctimas de los Escuadrones de la Muerte fueron líderes populares.

Al momento de su muerte Romero era Arzobispo del El Salvador, máxima jerarquía eclesiástica en su país. Había sido nombrado el 3 de febrero de 1977 por el Papa Juan Pablo II y asumido el 22 de febrero. Ese día el gobierno anunció que varios religiosos comprometidos con el pueblo y que se encontraban en el exterior, como el español Benigno Fernández S. J. y el nicaragüense Juan Ramón Vega Mantilla, ya no podían regresar al país.

El 12 de marzo de 1977, el padre Rutilio Grande, S. J., amigo íntimo de Mons. Romero, fue asesinado en la ciudad de Aguilares junto a dos campesinos. Grande llevaba cuatro años al frente de la parroquia de Aguilares, donde había promovido la creación de Comunidades Cristianas de Base y la organización de los campesinos de la zona.

Es necesario destacar que en esta época se produjo un cambio en Romero, quien no era un Obispo que abrazaba la Teología de la Liberación pero estaba comprometido con la Doctrina Social de la Iglesia. En el contexto de violencia y represión militar que vivía el país, la prédica de Monseñor Romero denunció la violación de los derechos de los campesinos, de los obreros, de sus sacerdotes, y de todas las personas que recurrieron a él. Durante los tres años siguientes, sus homilías, transmitidas por la radio diocesana YSAX denunciaron la violencia, tanto del gobierno militar como de los grupos armados de izquierda. Señaló los asesinatos cometidos por escuadrones de la muerte y la desaparición forzada de personas, cometida por los cuerpos de seguridad.

Algunas frases, rescatadas de sus homilías, revelan su pensamiento:
“La persecución es algo necesario en la Iglesia. ¿Saben porque?. Porque la verdad siempre será perseguida.”, (homilía del 29 de mayo de 1977)
“La oración es la cumbre del desarrollo humano. El hombre no vale por lo que tiene, sino por lo que es” (homilía 24.7.1977)
“Es inconcebible que se diga a alguien “cristiano” y no tome como Cristo una opción preferencial por los pobres” (homilía 9-9-1979)
“….Les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios:¡cese la represión! (homilía del 23-3-80), un día antes de su asesinato.
“Si me matan resucitaré en el pueblo Salvadoreño” (homilía de marzo de 1980)

En oportunidad de recibir un doctorado honoris causa por parte de la Universidad Católica de Lovaina, como reconocimiento por su lucha a favor de los derechos humanos el 2 de febrero de 1980, Romero pronunció un discurso considerado como su testamente profético:

[…] Las mayorías pobres de nuestro país son oprimidas y reprimidas cotidianamente por las estructuras económicas y políticas de nuestro país. Entre nosotros siguen siendo verdad las terribles palabras de los profetas de Israel. Existen entre nosotros los que venden el justo por dinero y al pobre por un par de sandalias; los que amontonan violencia y despojo en sus palacios; los que aplastan a los pobres; los que hacen que se acerque un reino de violencia, acostados en camas de marfil; los que juntan casa con casa y anexionan campo a campo hasta ocupar todo el sitio y quedarse solos en el país.[…]

Es, pues, un hecho claro que nuestra Iglesia ha sido perseguida en los tres últimos años. Pero lo más importante es observar por qué ha sido perseguida. No se ha perseguido a cualquier sacerdote ni atacado a cualquier institución. Se ha perseguido y atacado aquella parte de la Iglesia que se ha puesto del lado del pueblo pobre y ha salido en su defensa. Y de nuevo encontramos aquí la clave para comprender la persecución a la Iglesia: los pobres. De nuevo son los pobres lo que nos hacen comprender lo que realmente ha ocurrido. Y por ello la Iglesia ha entendido la persecución desde los pobres. La persecución ha sido ocasionada por la defensa de los pobres y no es otra cosa que cargar con el destino de los pobres.[…]
El mundo de los pobres con características sociales y políticas bien concretas, nos enseña dónde debe encarnarse la Iglesia para evitar la falsa universalización que termina siempre en connivencia con los poderosos. El mundo de los pobres nos enseña cómo ha de ser el amor cristiano, que busca ciertamente la paz, pero desenmascara el falso pacifismo, la resignación y la inactividad; que debe ser ciertamente gratuito pero debe buscar la eficacia histórica. El mundo de los pobres nos enseña que la sublimidad del amor cristiano debe pasar por la imperante necesidad de la justicia para las mayorías y no debe rehuir la lucha honrada. El mundo de los pobres nos enseña que la liberación llegará no sólo cuando los pobres sean puros destinatarios de los beneficios de gobiernos o de la misma Iglesia, sino actores y protagonistas ellos mismos de su lucha y de su liberación desenmascarando así la raíz última de falsos paternalismos aun eclesiales. Y también el mundo real de los pobres nos enseña de qué se trata en la esperanza cristiana.

“Hermanos, la iglesia no puede ser sorda ni muda ante el clamor de millones de hombres que gritan liberación, oprimidos de mil esclavitudes… La resurrección tiene que dar al hombre valentía, entereza. Lejos de toda cobardía, el cristiano tiene que estar como Cristo dispuesto a dar su cara ante Poncio Pilato, ante Herodes, ante los perseguidores y, con la serenidad de un cordero que es llevado al matadero, esperar también en el sepulcro de su martirio la hora en que Dios glorifica” (26 de marzo, 1978)

Monseñor Romero enfrentó a la dictadura salvadoreña y la represión sangrienta del gobierno y los militares. Lo más notorio fue que el mismo Papa Juan Pablo II no lo ayudó. En la última audiencia que le dio en el Vaticano le reprochó una actitud demasiado rígida con el régimen salvadoreño y poco dura con los guerrilleros. Años después rezó ante su tumba.

Hay muchos testimonios del dolor que provocó en monseñor Romero esta actitud, pero volvió a su país y continuó con su acción social y evangélica. Las reflexiones sobre la Teología de la Liberación que más admiraba eran del argentino Eduardo Pironio, un progresista moderado que fue “ministro” del Papa para los Laicos, en el Vaticano. En la biblioteca del arzobispo se encontraron los libros de Pironio,

El 9 de Marzo de 1980 le habían puesto una bomba, que se accionaba por control remoto, en la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús, lugar donde iba a celebrar misa, el que pudo ser desactivado.

El lunes 24 de Marzo de 1980, un francotirador le disparó desde un auto y la bala le dio en el pecho de Romero cuando se encontraba con los brazos levantados consagrando la hostia (el momento más sublime de la celebración), mientras oficiaba misa en la capilla del hospital de la Divina Providencia. Tenía 62 años de edad.

A la fecha, a pesar de estar identificados el instigador y perpetrador del magnicidio, el crimen sigue impune.

El 23 de Mayo de 2015 Monseñor Romero fue Beatificado en una ceremonia llevada a Cabo en El Salvador. Su muerte había sido considerada por el Vaticano como un “martirio por odio a la fe”7. Asistieron a la ceremonia 300 mil personas de todo el mundo, incluyendo a Rafael Correa, de Ecuador, y Juan Carlos Varela, de Panamá. El presidente estadounidense Barack Obama expresó en una carta su satisfacción por la beatificación de Romero, a quien definió como una personalidad “inspiradora” para todo el continente americano.
También la presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner celebró la beatificación del cardenal en una carta a su par salvadoreño.

“En virtud de nuestra autoridad apostólica -escribió el Papa Francisco I- facultamos para que el venerado siervo de Dios, Oscar Arnulfo Romero Galdámez, obispo, mártir, pastor según el corazón de Cristo, evangelizador y padre de los pobres, testigo heroico de los reinos de Dios, reino de justicia fraternidad y paz, en adelante se le llame beato”. Un gigantesco retrato de Romero fue descubierto entre gritos de júbilo de una multitud entusiasta.

Cabe consignar que, según las reglas de la Iglesia, antiguamente, en los casos de martirios se los declaraba santo sin ningún otro requisito. Hoy día se requiere la intermediación para la realización de un milagro. En la fe Católica ser beato significa que los creyentes le pueden rendir culto en el lugar donde desarrolló sus virtudes, en cambio al declararlo santo el culto se puede rendir en todo el mundo. Rendir culto en la religión católica significa, entre otras cosas, poder rezar a Dios pidiendo la intermediación de su alma que se supone está en el Cielo junto a Creador.

Fuera de la Iglesia Católica, Romero es honrado por otras iglesias de la cristiandad, como la Anglicana. Es uno de los 10 mártires del siglo XX representados en las estatuas de la Abadía de Westminster en Londres y fue nominado Premio Nobel de la Paz en 1979.

Conclusion:

Monseñor Romero es un gran ejemplo del ejercicio de la opción preferencial por los pobres que pide la Iglesia católica, dando su vida sin claudicar de sus convicciones.
También muestra a un pastor que abandona la comodidad de su ministerio como Arzobispo y encara la lucha para llevar adelante su actividad pastoral. No duda en adaptar su enfoque teológico a la realidad que se estaba viviendo en El Salvador en esa época: una feroz explotación de los pobres y un conflicto armado. Como los profetas del Antiguo Testamento que, lejos de adivinar el futuro, eran personas que acudían al llamado de Dios y en su nombre se colocaban del lado del pueblo denunciando todos los abusos, explotaciones y arbitrariedades del poder, terminando siempre deportados o asesinados.

Monseñor Romero pasa, entonces, a ser un profeta que denuncia los crímenes de los poderosos contra un pueblo pobre y explotado. Creo que su legado recién se empieza a escribir y se lo puede asemejar, como Ghandi o Martin Luther King, a otros líderes sociales que eligieron la No Violencia como forma de lucha, por lo que podemos mantener la esperanza de que la luz que se ha encendido en El Salvador brillará cada vez más fuerte, junto con la de otros mártires, e iluminará el camino de los que luchan por un cambio a nivel global.